Our Journey to Pelechuco: Among Mountains, Alpacas, and Artisan Hearts

Nuestra travesía a Pelechuco: Entre montañas, alpacas y corazones de artesanos

Son solo alrededor de 350 km la distancia que separa La Paz, principal ciudad de Bolivia de Pelechuco, pero son necesarias 9 a 10 h de viaje en vehículo 4 x 4, para llegar hasta ese destino, de hecho, no existe una carretera que nos lleve a ese destino, el “camino” tiene tres tramos: El Alto – Achacachi, tramo de asfalto de 80 km que se hace en un promedio de 1 h 30 min; el segundo tramo Achacachi – Puerto Acosta es una plataforma de tierra compactada en un terraplén que tiene 99 km y se recorre en 2 h y, el tercer y último tramo que es el mas largo con 186 km, requiere de un viaje de 5h a 6 h, este tramo es solo una senda de tierra en el sector de la puna y roca en la cordillera.

Por esta ruta emprendimos un viaje muy especial hacia Pelechuco, un pequeño pueblo escondido en las montañas del norte de Bolivia, muy cerca de la frontera con Perú. Fue una aventura que hicimos en familia —junto a mi papá y mi hermano— con el propósito de conocer a los criadores, tejedores y artesanos que dan vida al alma de la fibra de alpaca.



El camino: una ruta entre nubes y quebradas

Salir de La Paz rumbo a Pelechuco es adentrarse en un paisaje que cambia con cada curva. Pasamos por valles profundos, ríos cristalinos y montañas cubiertas de ichu, esa hierba dorada que parece bailar con el viento.

El viaje fue largo —más de diez horas de camino entre curvas, polvo y silencio—, pero también fue una lección de paciencia y asombro. En cada parada, las vistas nos recordaban la grandeza y la pureza del altiplano.

Para llegar a nuestro destino pasamos por pueblos que evocan el pasado, las tradiciones y culturas de esta región de Bolivia, entre aimaras, quechuas, puquinas y urus, estos últimos, descendientes de los Uru Chipayas, una cultura de 2500 años a. C. Estos ancestros han dejado profundas huellas en la idiosincrasia y la forma de vida de los habitantes de los Andes de Bolivia.

Ulla Ulla y Charazani, son los pueblos originarios de los chamanes y kallaguayas que son los “curanderos”, médicos naturistas que ejercen su medicina en base a hierbas, su nombre significa “el que tiene las plantas en su espalda”, esta región es, además, una reserva natural por sus praderas de pastos nativos y su población de auquénidos donde se destacan las Alpacas y Vicuñas muy apreciadas por la finura de su lana.

Pasamos esas poblaciones y al frente se nos presentó, majestuosa, la cordillera de “Apolobamba” que es una cadena montañosa de los Andes de Perú y Bolivia, la imponente altura con su pico máximo a 6044 m.s.n.m. en la misma frontera entre estos países hace que el acceso a la región sea dificultoso y por esa razón muy poco visitado.

La bajada desde la cordillera por un cañadón angosto por donde transcurre un rio y en la ladera de la montaña se construyó un camino lleno de curvas que va serpenteando la montaña, en una de las paredes del cañadón se aprecian los glaciares que amenazantes cuelgan sobre nuestras cabezas, al pie de los glaciares se aprecian las “morrenas” que es roca triturada por el peso de miles de toneladas de hielo que atravesaron esa ladera dando testimonio del paso de glaciares más antiguos, la niebla siempre presente hace más surrealista ese escenario, recorrimos ese tramo con mucha precaución por lo accidentado del camino y por la vista que ofrecía y que casi nos imponía silencio para admirar esa naturaleza, así llegamos hasta Pelechuco, que se encuentra a 4400 m.s.n.m., pero antes llegamos a “Agua Blanca” un poblado habitado por los tejedores que son los artesanos que hacen manualmente, las maravillosas prendas de alpaca, fue en ese lugar donde nos ofrecieron “refugio” para alojarnos y pasar la noche en la sede de los tejedores construida y financiada por una ONG, la misma que también, en una vivienda rustica, erigió un pequeño museo donde guardan y exponen reliquias del pasado incaico, antiguos tejidos de prendas de vestir, mantas y aguayos, así como, cerámica encontrada en toda la región, vasos, jarras, cantaros, figuras de animales entre otros.

Luego de tomar contacto con los artesanos, visitar sus talleres y hasta compartir su comida que generosamente nos ofrecieron, recorrimos el último y pequeño tramo que separa “Agua Blanca” de Pelechuco, la entrada al pueblo es fascinante, ahí se encontraban viviendas antiguas de la época de los Incas, aún en estado de habitabilidad y otras solo ruinas, aquí se encuentran la rutas de senderismo que van desde Charazani a Pelechuco y la más famosa, la ruta entra Pelechuco y Apolo que es una región tropical de abundante y exótica vegetación, abundante oro aluvial en sus ríos y diversa fauna, esta fue el camino por donde los Incas penetraron hasta esa regiones tropicales y de donde extraían el oro y los frutas para su deleite.

En Pelechuco viven unos 7000 habitantes, principalmente mineros que, agrupados en cooperativas, explotan y extraen diversos minerales, especialmente oro, de esta rica tierra.

45000 alpacas y 75000 llamas son la riqueza de ganadería auquénida que da alimento y trabajo a centenares de pobladores, entre pastores, ganaderos y artesanos, estos nobles animales les proveen de su lana y de su carne, con esto generan su economía a través de los tejidos y artesanías.

La vida entre las montañas

Pelechuco es un pueblo tranquilo, donde el tiempo parece avanzar al ritmo del sol y del canto de las aves. Sus calles de piedra y casas de adobe conservan una autenticidad que conmueve.

Allí conocimos a familias que viven del pastoreo de alpacas, animales nobles y resistentes que son el corazón de su economía y su cultura. Cada rebaño representa años de trabajo, cuidado y conocimiento transmitido de generación en generación.

Los guardianes de la fibra

Nos encontramos con criadores que seleccionan las mejores fibras con una precisión casi artística, y con tejedoras que, con sus manos y telares tradicionales, transforman la lana en verdaderas obras de arte.

Nos contaron sobre el esfuerzo diario, las heladas, las distancias, pero también sobre la alegría de mantener viva una tradición ancestral.

Compartimos un mate caliente, muchas risas y la sensación de estar aprendiendo algo esencial: que detrás de cada prenda hecha a mano hay una historia de tierra, familia y orgullo.

Un lazo más fuerte con nuestras raíces

Este viaje no fue solo una expedición de trabajo, sino un retorno a nuestras raíces. Ver de cerca cómo se cuida, se hila y se teje la alpaca nos recordó por qué hacemos lo que hacemos: honrar el trabajo artesanal y conectar al mundo con el alma del altiplano.

De regreso a La Paz, traíamos el corazón lleno y las mochilas cargadas de inspiración. Pelechuco nos enseñó que la verdadera riqueza de Bolivia está en su gente, en su tierra y en cada hilo que nace de la unión entre ambos.

Bien decía

Alcides D’Orbigny “aquí la naturaleza y el hombre desafían la altura”.

Escrito por: Carlos Garrón Ugarte



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